Cerca de cien fotografías referidas a los protagonistas del Cangaço, las bandas al margen de la ley que actuaban en el Nordeste brasilero —entre ellas la del célebre Lampião—, con curaduría de Élise Jasmin, se expusieron en la Galerie Photo de Montpellier que dirige Roland Laboye. A la inauguración asistió la nieta de Lampião, Vera Ferreira.En la madrugada del 28 de julio de 1938, en la Grota de Angico, Porto da Folha, en pleno Sertão, Virgolino Ferreira da Silva, conocido en todo el Nordeste brasileño como Lampião, su mujer, María Gomes Bonita, junto a nueve de sus compañeros, fueron emboscados y muertos por una partida de la policía pernambucana de Nazaré.
Les cortan la cabeza y las colocan en unos estantes junto a sus objetos personales: sombreros de cuero y de fieltro con adornos de plata, fusiles Mauser, cananas, alforjas, monturas, ropas, cuchillos, fustas y hasta las máquinas de coser de sus mujeres con las que se hacían las ropas, para escarmiento de quienes se atrevieron a desoír las leyes y la autoridad.
Algunos están desfigurados por los culatazos y las balas. Todos tienen los ojos cerrados para hacer menos penoso el horror de la muerte, aunque ese detalle no disminuye la humillación del decapitado. El rostro de María Bonita luce como si todo no fuese nada más que una pesadilla. Conserva los rasgos, la firmeza de su rostro macizo con sus 27 años de edad. De los cuatro hijos que tuvo con Lampião unicamente sobrevive Expedita, de seis años de edad.
País inmenso, de contradicciones, pesares e injusticias. Los libros de historia refieren que recién en 1880 en Brasil se abolió la esclavitud. De todas su geografía, el Nordeste, en las zonas conocidas como sertão, es acaso el que más padece, con su vegetación achaparrada, llena de espinas y piedras en las partes más altas, así como un calor abrazador en la planicie. Es una tierra de pobreza.
Ahí fue donde surgió el cangaço, pequeños grupos de hombres armados que toman su denominación por la caatinga, significado de “mata branca”, esto es, de los matorrales espinosos que cubren amplias zonas de Alagoas, Bahía, Ceará, Paraíba, Pernambuco, Río Grande do Norte y Sergipe. Esos grupos, a su vez se subdividían o establecían alianzas entre sí para cometer fechorías.
Existe coincidencia en que “robaban y asesinaban por venganza o por encargo en una época en la que eran frecuentes las disputas entre familias tradicionales debido a la posesión de las tierras y a las luchas por el control político de la región”. Su origen se remonta al siglo XVIII.
En ese medio nació en 1895, en Passagem das Pedras, Pernambuco, Virgolino Ferreira da Silva, hijo de José y de María Lopes, siendo el tercero de una familia que llegó a tener nueve hijos. Tras aprender los rudimentos de la escritura y la lectura, pasó a ganarse la vida junto a su familia transportando mercaderías a lomo de burro.
Había comenzado sus correrías en 1917 en venganza por el asesinato de su padre ordenado por la familia Nogueira y por un tal Zé Saturnino, sumándose a la banda de Sinhô Pereira.
En un reportaje, Lampião dice: “no confiando en la acción de la justicia pública, porque los asesinos contaban con la escandalosa protección de los grandes, resolví hacer justicia por mi propia mano, esto es, vengar la muerte de mi progenitor. No perdí tiempo y resueltamente me preparé para enfrentar la lucha”.
En 1922, cuando tenía 27 años de edad, formó su propio grupo que pasó a la historia como el último y el más famoso de todos los cangaçeiros. En aquel año atacó la hacienda de Baronesa de Agua Branca, continuó sus combates en Serra Grande, Sergipe, Queimadas, etc. Fue en 1929 que conoció a María Bonita, de 19 años de edad, que se había separado de su esposo. Un año después María decide compartir una vida de aventuras con Lampião.
Los cangaçeiros eran grupos armados al margen de la Ley, con sus tradiciones, rituales, fervorosamente católicos como una manera de buscar protección divina, que se ponían al servicio de caudillos políticos, otras veces luchaban contra ellos. El grupo de Lampião, que se había puesto del lado del gobierno al recibir la promesa de una anmistía, formó parte del Batalhão Patriótico de Juazeiro, que combatió a la Columna Prestes, provocándole varias muertes (*).
“No puedo decir con certeza el número de combates en que estuve —comentó—. Calculo que debo haber participado en más de doscientos. Tampoco puedo informar con seguridad el número de víctimas que se tumbaron bajo la puntería adiestrada y certera de mi rifle. Pero igualmente me acuerdo perfectamente que, además de los civiles, ya maté a tres oficiales de policía, siendo uno en Pernambuco y dos en Paraíba. Sargentos, cabos y soldados es imposible guardar en la memoria el número de los que fueran enviados para el otro mundo”.
El grupo de Lampião oscilaba entre los 15 y los 50 hombres, “todos bien armados”, tenía un sistema de inteligencia que le permitía tener conocimiento de las fuerzas policiales que le perseguían. Era feroz peleando y fue herido en cuatro oportunidades, algunas de ellas de gravedad.
Algunos han querido ver en los cangaçeiros una suerte de rebeldía rústica, casi primitiva, de lucha contra las injusticias y el poder, pero en realidad no fueron otra cosa que grupos armados con ciertos principios de honor (por ejemplo, el respeto a las mujeres, el no atacar lugares religiosos, etc.), que les otorgaron aquel áura de modernos Robin Hood. Se ha escrito que “el reparto con los pobres de bienes y dinero saqueados por los cangaceiros nunca ultrapasó los límites de la concepción tradicional de limosna”, pero sus “lealtades más grandes eran antes debidas a los coroneles, sus aliados y protectores”, tal como lo explica el sociólogo Lisias Nogueira Negrão de la Universidad de São Paulo.
Aquellos parajes de Raso da Catarina donde buscaba refugio Lampião es hoy una Reserva Ecológica y sitio de atracción turística gracias a le épica de los cangaçeiros.
Pero es a través de las fotografías que han atesorado las familias Ferreira Nunes y Abrahão, Ruy Souza e Silva y Federico Pernambucano de Mello, que se exhibieron en la Galerie Photo de Montpellier, que de alguna manera se trae al presente aquel imaginario de legendarios bandoleros que sembraron de sangre y leyenda el sertão.
(*) Luís Carlos Prestes fue un capitán del Ejército que sublevó a los campesinos contra los terratenientes y más tarde fue uno de los principales dirigentes del Partido Comunista Brasileño.
Por A. Becquer Casaballe