17/6/08

La envidia y el resentimiento son indigestos


El Festín de Babette
BABETTE'S FEAST
basado en un relato de Karen Blixen
Francia-Dinamarca, (1987)
Una película de Gabriel Axel
Gabriel Axel (1918), tras formarse en el Teatro Real de Copenhague marcha a París para trabajar con Louis Jouvet. Ha representado los clásicos franceses en Dinamarca y realizado series en la televisión gala. Su salto a la fama le llega con la adaptación de un relato de Karen Blixen, El festín de Babette (Babettes Gaestebud) obteniendo el Oscar a la mejor película extranjera.


Lo que más me gusta de la película “El Festín de Babette” es como queda reflejada la sociedad de la envidia y el resentimiento. Babette les prepara la mejor cena que puedan degustar en toda su vida. Y los comensales no abren la boca al respecto, no dicen absolutamente nada. Hablan de su mono-tema, como sino estuvieran comiendo nada. Ese es el “modus operandi” de la envidia. El silencio ruidoso es su arma. Por eso en nuestra sociedad actual la sensibilidad es un lastre. Solo conseguirás sufrir más, entristecerte, frústrate. Aquí si decides hacer tu propio camino y sobre todo creer en ti mismo estas perdido. Serás el blanco “disimulado” de esa turba educada que espera en silencio que caigas para venir y soltarte su sermón lleno de refranes populares tan odiosos como estúpidos.
En la España “nacional” se admira únicamente al que tiene mucho, mucho dinero; da igual si has matado, robado, explotado y vendido tu propia alma. Lo que importa es lo que se ve: Cochazos, ropa cara, viajes a países aburridos y como no “el chalet” todo un clásico del mal gusto español, símbolo de los nuevos ricos.
A nadie le gusta ver bien a los demás, di lo mal que estas y de repente todo el mundo te escucha. Di lo bien que estas y la gente te pasa a otro tema. También es una moda estúpida, la de ser valientes por la espalda, poner a caldo a tus semejantes nada más llegar a casa (donde el interesado no te puede oír). Todos saben que hacer con las vidas de los demás, eso si, nadie se atreve a decir en publico que podría hacer con su propia vida.
En la España “una” generalmente se odia, se envidia y como no se valora más el sudor que la cultura. ¿Por qué se admira a Fernando Alonso, tenistas, futbolistas y demás por sus éxitos mundiales y en cambio, se condena al odio y ostracismo más visceral a Pedro Almodóvar por sus también triunfos mundiales?
No me gusta generalizar pero se cumple el patrón de que todos los admiradores del deporte español, odian profundamente el cine español. No lo entienden. Quizás es que ven reflejada su mediocridad en las películas de los hermanos Almodóvar, el maestro Berlanga y no voy a dar más nombres de genios hispanos por no ofender a nadie.
En el ruedo ibérico también se odia, generalmente a Franceses, Catalanes, Vascos, Moros, Albano-Kosovares, Cubanos y “toda ralea de piel morena” (expresión que he odio comentar más de dos veces en ambientes tabernarios).
El más odioso de estos odios es el profesado al pueblo catalán. Todo parte por la idea mediatizada de que no quieren ser españoles, pero en realidad no se les odia por tal afirmación sino que secretamente se les envidia. Por ser unas de las sociedades más avanzadas de Europa. Pero para mi y para el bien de la raza humana no es eso lo más importante. Todos los que practicáis la catalanofobia no sois capaces de pensar por un momento (apartando banderitas y patrias burguesas) que los ciudadanos de Catalunya tienen los mismos problemas que otros ciudadanos del resto del estado, seguramente también tienen… problemas familiares, económicos, laborales, dificultades con la vivienda, las hipotecas, las pensiones, enfermedades mentales, venéreas degenerativas, minusvalías físicas, psíquicas, discapacidades etc. También sufren, padecen, sienten, se les roba, mata, se arruinan. Es decir; los problemas que pueda tener un habitante del este del Estado Español son los mismos que pueda tener los ciudadanos del Oeste, el sur o el norte.
Actualmente el ciudadano medio utiliza a los inmigrantes para sentirse “señoriítos”, superiores. Nadie habla de que la inmigración ha multiplicado la riqueza del estado y nuestra sociedad. Nueva York, Berlín, Paris nunca se hubieron convertido en grandes ciudades del mundo sin todos esos millones de inmigrantes dispuestos a trabajar en cualquier cosa para vivir y formar parte de esa metrópoli. Ahora hay “seudo-señoriítos” de nomina e hipoteca que les duele ver turbantes y túnicas por las calles de sus pueblos y ciudades, pues a mi me duele saber que el clasismo, el resentimiento y la envidia son el deporte nacional.
Siempre nos quedara el calor del fuego, el cobijo de nuestra sombra, y no sintonizar algunos canales de televisión y radio.

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